La noticia ya la sabemos todos: Tras negarse a ser fiscalizados, el delincuente Gino Lorenzini confirmó que Felices y Forrados era una estafa y cerró su empresa. La pregunta en cuestión es: ¿Cómo pudo ser posible que tantas personas creyeran ciegamente en esta estafa? ¿Cómo es que a pesar de toda la evidencia los siguen defendiendo como si fueran una secta? En entrevista para LUN, el profesor de economía Igal Magendzo explicó: